Matías Sánchez nació en Tübingen (Alemania) en 1972, pasó su infancia en Isla Cristina (Huelva) y actualmente tiene su estudio en Sevilla. Ha expuesto en las galerías Begoña Malone (Madrid), Javier Marín (Málaga), Valle Ortí (Valencia), Christopher Cutts (Toronto) y Constantini Arte Contemporanea (Milán), entre otras. Hasta el 15 de Noviembre, el CAC de Málaga alberga una exposición suya.

En su obra utiliza el humor y la ironía, ¿se trata de una concepción vital?

Como decía Valle Inclán, el arte sin humor sería aburrido. Yo lo encuentro en Velázquez, Rembrandt, en tantos autores… Me parece fundamental. Es algo que nos diferencia de los animales. Además propicia que el espectador acceda a la obra más relajado.

Ha citado a Valle Inclán, ¿cuánto deben sus cuadros al esperpento?

Soy de Isla Cristina. De pequeño pintaba mucho sobre carnavales, disfraces, burlas y eso me ha ayudado a librarme de ideas preconcebidas. Pensaba: “por qué tengo que hacer una cara con el ojo aquí y el otro justo donde tiene que estar…” Solemos mirar las obras de arte desde un punto de vista ideológico, y deberíamos hacerlo con menos prejuicios. No pensar que Velázquez pintó a la infanta Margarita, sino disfrutarla. Yo no entendía a Lorca hasta que leí los comentarios de texto. Sin embargo, me emocionaba la composición, el ritmo, los silencios; era como jugar… La verdadera belleza está en la composición, no en el mensaje. Quiero que eso se entienda así en mi obra, que el mensaje sea más plástico que conceptual, porque el tema no es algo que me preocupe.

Sin embargo, usted realiza una dura crítica social en su obra.

Dura y real. Yo me divierto, pero también estoy en el mundo del arte y lo sufro. Es como el fútbol; está Ronaldinho y este que ahora ha comprado el Madrid, personas que son productos, y otras que se dedican a lanzarlos para lucrarse. Pues lo mismo en el arte (sólo que este juega bien, por lo visto). Hay artistas que tienen un perfil perfecto para la manipulación del mercado, son maleables y tienen un sí por delante a casi todo lo que les proponen. No es mi caso.

¿Cuál es su caso? ¿Cómo trabaja usted?

No es un proceso fijo. Por ejemplo, en Elegidos para la gloria tenía el título y me gustaba como sonaba, pero no sabía cómo enfocarlo. Fui pintando cuadros y a medida que lo hacía los iba cambiando. No estaba premeditado ni había bocetos. Incluso hay un cuadro que se pintó encima de otro porque no me gustaba como había quedado.

Usted es autodidacta y la lectura ha sido parte fundamental en su formación como artista. ¿Cuáles destacaría?

He leído mucho sobre la cocina de mi oficio, pero una de las cosas que me sigue gustando muchísimo, y siempre llevo algún libro encima, son las cartas y escritos de artistas. Ahora estoy leyendo las de Juan Gris, uno de los grandes (lo incluyo en El autobús de los zurdos). Es admirable esa seguridad en lo que tenía entre manos. Y nadie se daba cuenta de que era un hombre muy especial. Todos lo pasaron mal, da igual la época en que viviesen. Me gustan las cartas porque veo que mi cotidianidad tiene mucho que ver con la de ellos. También he leído a Valle Inclán y Unamuno. Tuve una etapa muy de Bukowski, pero ya se me ha pasado. A Bukowski al final se le abandona.

Los títulos y leyendas de sus cuadros, ¿tienen una función explicativa? ¿Los usa como definición?

Sí, puede servir como definición de la obra, pero lo importante es tener al niño. Le ponemos el nombre de un abuelo u otro. Ya que pinto el cuadro y hago la exposición, aprovecho y meto una cuña.

¿Una cuña o una puya?

Las dos cosas. Aunque antes era mucho más literario en mis cuadros, no era adrede. Ahora me interesa desligarme de las aclaraciones y que lo narrativo sea la propia pintura. No quiero justificarme ni explicar mi obra.

Lleva siempre una libreta para anotar títulos y ocurrencias. Es un recurso común entre los escritores. ¿Cree que el proceso creativo es similar?

La esencia coincide en todas las artes. Tan emocionante es un poema como un cuadro o una pieza musical. En todos se utiliza el ritmo, el tono, los silencios. Tan sólo se trata de herramientas distintas. Mis anotaciones son el punto de partida que me estimula para hacer un cuadro que, a veces, nada tiene que ver con la frase inicial.

¿Se pinta distinto para una galería que para un museo?

Hacer arte para venderlo, ¡qué tristeza! Tengo claro lo que es difícil de vender porque nadie podría meter un cuadro de esta exposición en los pisos de 30 m de la ministra, pero quien se quiera enriquecer haciendo arte tiene que ser un elegido para la gloria. Con un trabajo serio estás contento y convencido de lo que haces, pero no lo enfocas pensando en el mercado. Yo malvivo del arte, que ya es suficiente para alguien que reside en el norte de África.

Usted trabaja también con galerías extranjeras. ¿Dónde se vende más?

Se vende más fuera de España.

¿Cree que es un problema de formación?

Sí, es una cuestión cultural. ¿Por qué en Alemania cualquiera toca un instrumento, conoce a Lorca o viene al Prado? Hay nivel. En Málaga, por ejemplo, hay una cultura vital. La gente es feliz con el mar y el clima.

¿Se llevan mal la cultura y la felicidad?

Quien tiene la obligación de ofrecer cultura no lo hace como un medio para que alcancemos la felicidad. Tampoco interesa que la gente piense.

Antes mencionó El autobús de los zurdos, ¿podría hablarnos de esta serie de cuadros dentro de su exposición?

El título me lo dieron unos amigos críticos de arte. En una ocasión comentaron: “no hay nada que hacer contra un sistema tan poderoso, pero vamos a seguir trabajando y a considerar que estamos en el autobús de los zurdos”. Yo tenía muy claro el título de la exposición, Elegidos para la gloria, pero decidí hacer un apartado dedicado a los zurdos en el mundo del arte, a esa gente que se sintió marginada e inadaptada. Algunos muy vitales como Henry Gaudier-Brzeska, un magnífico escultor de finales del siglo pasado que murió joven. Nolde, Van Gogh, Picasso (el joven, que era pobre), Matisse, Max Beckmann. Todos creyeron en lo que hacían, porque no sabían hacer otra cosa. Les costó vivir pero tenían el aliciente de su trabajo. El autobús es un homenaje a todas esas personas que, siendo grandes, no fueron parte del sistema ni disfrutaron del éxito posterior.

¿Se está fuera del sistema voluntariamente o debido a las circunstancias?

Al principio, debido a las circunstancias, pero llega un momento en que es voluntario. Cuando no te gusta cómo funcionan las cosas ni te quieres prestar a ese funcionamiento, tomas la decisión: eres consecuente y decides a qué dices no.

¿Aspira usted a estar en el autobús de los zurdos?

Desde el punto de vista de la actitud, sí. No pienso en estar entre los grandes. Mi meta es llegar a los noventa y cinco años fumando y pintando. No necesito un chalet en la playa ni un Porsche.