Mayo de 1938. Roma entera sale uniformada a la calle, como un mismo individuo, para recibir a Hitler, banderas nazis y brazos en alto saludando al Imperio. La masa adoctrinada acude a presenciar el histórico encuentro entre el Führer y Mussolini. Antonietta (Sophia Loren) y Gabriele (Marcello Mastroianni) son los únicos que, por motivos diferentes, se quedan en el edificio.

—Llorar…, se puede llorar solo, pero para reír hay que ser dos.

El deseo de libertad del pájaro de Antonietta propicia el encuentro con su inquietante vecino, un intelectual locutor de radio que ha perdido su trabajo porque el régimen le considera un pervertido. Pese a sus temores iniciales, descubrirá que no es que el inquilino del sexto sea antifascista, sino que “el fascismo es anti-inquilino-del-sexto”. En una sola tarde, Gabriele hará saltar por los aires la sumisión y el desencanto que la mujer ha acumulado con los años.
Ettore Scola filma un drama atípico, de contrastes y apariencias enfrentadas. Viste a la arrebatadora Loren con una bata floreada, ojeras y medias rotas. Una mamma italiana con seis hijos, sumisa a las infidelidades y al fascismo adoptado sin reservas por su marido. Por otro lado, sitúa a Mastroianni en el lado opuesto de lo que el estado espera de él: “un hombre debe ser marido, padre y soldado”.
Una azotea llena de sábanas blancas es el escenario donde afloran los sentimientos que se han despertado durante la mañana. Antonietta, ataviada con un hipnótico rizo, queda atrapada por el atractivo natural de Mastroianni, y éste debe entonces confesar su condición (la expulsa con rabia). Ella, que estaba dispuesta a «dejarse poseer” en la azotea, se atreve a juzgar al diferente, descubriéndose víctima de las consignas del régimen. En este juego de contradicciones, ambos aprenderán que no pueden estar juntos aunque se necesiten.
Las marchas militares sirven de banda sonora y contrapunto de los diálogos durante toda la película. La portera (instrumento servil del régimen) se encarga de elevar el volumen de la radio para que la retransmisión del encuentro entre las dos naciones hermanas sea oído por los pocos que no han asistido, pero los himnos y la propaganda fascista —aniquiladora y sectaria— se desmoronan ante la historia de dos almas conmovedoras, diferentes y unidas en la marginación.
Aunque desarrollada en un ambiente lúgubre, casi teatral, el director es capaz de mostrarnos a dos personajes más libres en su encierro que la multitud que delira al unísono en las principales avenidas. Scola lo consigue a través de detalles magníficamente incrustados en cada escena y mediante unos diálogos plagados de guiños. La complicidad se forja con planos muy estudiados, como el de Antonietta observando cocinar a Gabriele (nombre de arcángel), cuyo encuadre está cortado por un tabique del que cuelga una gabardina y un sombrero —símbolos del hombre viril que sale a la calle—. Serán dos policías ataviados con estas prendas los que terminen con el sueño.
Una jornada particular obtuvo un Globo de Oro a la mejor película extranjera en 1978 y estuvo nominada al Oscar en la misma categoría. Mastroianni fue candidato al Oscar al mejor actor.