No es como si cualquier persona de la calle te contara que está deprimida. Se trata de mi hermano, que se quiere suicidar. Y de toda la gente, viene a contármelo precisamente a mí. Porque a mí es al que más quiere, y también yo a él, aunque sea un coñazo. Porque eso es lo que es, un coñazo.
Mi hermano pequeño y yo estamos juntos en los jardines de la calle Sheinkin, y mi perro Hendriks tira con todas sus fuerzas de la correa para intentar morderle la cara a un niño pequeño que lleva un pantalón de peto. Con una mano lucho por sujetar a Hendriks y con la otra busco el mechero en el bolsillo.
—No lo hagas —le digo a mi hermano. El mechero no está en ninguno de los bolsillos.
—¿Y por qué no? —pregunta mi hermano pequeño—, mi novia me ha dejado por un bombero. Odio los estudios en la universidad. Aquí tienes. Toma fuego. Y mis padres son las personas más pacatas del mundo.
Me lanza su Cricket. Lo cazo al vuelo. Hendriks se escapa. Se abalanza sobre el enano del peto, lo tumba sobre el césped y cierra sus terroríficas fauces rottweilianas sobre la cara del niño. Mi hermano y yo intentamos quitarle a Hendriks de encima, pero éste no lo suelta. La madre del peto se desgañita. El niño, por su parte, permanece en un preocupante silencio. Yo pateo a Hendriks con todas mis fuerzas, pero ni se inmuta. Mi hermano encuentra una barra de hierro en la hierba y se la descarga sobre la cabeza. Se produce un ruido repugnante de huesos quebrados, y Hendriks se desploma. La madre chilla. Hendriks le ha arrancado la nariz a su niño, pero de cuajo. Ahora Hendriks está muerto. Mi hermano lo ha matado y, además, se quiere suicidar, porque le resulta de lo más humillante que su novia le haya sido infiel con un bombero. Y eso que a mí me parece muy respetable que se trate precisamente de alguien que salva a los demás y todo eso. Aunque por él hubiera sido preferible que follara con un camión de la basura. Ahora la madre del niño se me echa encima. Intenta sacarme los ojos con sus largas uñas cubiertas de un esmalte blanco y asqueroso. Mi hermano blande el hierro por el aire y vuelve a descargar un golpe, ahora sobre la cabeza de ella. No se le puede decir nada, está deprimido.