A los dieciséis se frustró su deseo de estudiar piano clásico. Según ella, no le concedieron la beca por ser negra.
Comenzó acompañando al piano a otros cantantes en un pub de Atlantic City. A los veintiuno adoptó el nombre artístico de Nina Simone. En la década de los sesenta formó parte activa de movimientos por los derechos civiles: fue arrestada por negarse a pagar impuestos destinados a financiar la guerra de Vietnam. Fue considerada una figura emblemática del Black Power y las corrientes feministas de EEUU. La muerte de Martin Luther King, los atentados y ejecuciones racistas en Alabama, sus deudas con el fisco y las dificultades que le impusieron las discográficas para grabar algunas de sus canciones –como Mississippi Goddam o Four Women–, provocaron que iniciara un periplo errático (Barbados, Liberia, París, Ámsterdam,…) que duró hasta 2003 en Carry le Rouet, en la costa azul francesa, donde murió.
Cuando en un periódico de la mañana leí la emocionada nota necrológica que recordaba brevemente a Nina Simone, sentí mezcladas la nostalgia y el orgullo al recordar que yo fui, durante diez noches en el Village Gate, su chico del hielo.
A comienzos de los sesenta alternaba mis clases de teatro con el trabajo de camarero en aquel club nocturno de Manhattan. Poco antes de su actuación le llevaba en la bandeja una gran cubitera de hielo junto a su whisky escocés. En el camerino, mientras esperaba el aviso para salir al escenario, ella escuchaba a Duke Ellington, Bob Dylan, Leonard Cohen… A veces tarareaba Here Comes The Sun, de los Beatles, con una gracia luminosa. Al cruzar la puerta metía cinco dólares en el pequeño bolsillo superior de mi chaqueta. Sobre la tarima y bajo el cañón de luz, su voz gemía, tronaba o susurraba; en todos los casos, sobrecogía a los espectadores, y a mí, que permanecía medio escondido tras un enorme ficus, abrazando la bandeja contra mi pecho. A veces, su figura densa e imperiosa –parecía una reina nubia– se inclinaba sobre el piano para acompañar su voz quebrada e inimitable en un Ne Me Quitte Pas de Jacques Brel: el amor o la desdicha, desde Nina Simone, cobró una nueva dimensión. La piel de aquella pantera solitaria brillaba, y su negritud desafiante reclamaba la dignidad debida a sus antepasados. Pero nunca encontró al hombre, al líder masculino y fuerte que idealizó en su canción Young, Gifted and Black.
Yo no terminé mis estudios de teatro, aunque regresé con otros bagajes inesperados: me dieron un buen dinero cuando me despidieron del Village Gate; tuve una novia rubia, perversa e inolvidable de New Jersey; aprendí a soplar el saxofón y elaboré hamburguesas inmejorables. Y sobre todas las cosas, mientras dure mi vida, fui durante diez noches el chico del hielo de Nina Simone.

Disco: Collection, The Nina Simone (RCA 1997).