El sofá

De: familiabusca@hotmail.es
A: <undisclosed-recipients>

Las pasadas navidades mi hijo pequeño se rompió el dedo meñique del pie derecho y tuvo que guardar reposo. Se pasó todas las vacaciones en el sofá de la esquina junto a la terraza, con la pierna en alto y el gato en las rodillas. Al principio era un engorro, pero acompañaba. Un mes después, mi hija mayor se rompió el tobillo izquierdo y volvimos a tener ocupado el sofá durante seis semanas. Luego fue mi marido el que se lesionó una pierna en el trabajo y estuvo inmovilizado un mes.
Ahora no hay nadie en el sofá. Lo miramos, alisamos la funda, ahuecamos los cojines y suspiramos.
Le estaremos muy agradecidos si nos pone en contacto con algún convaleciente escayolado en extremidades inferiores. Ofrecemos un par de muletas en buen estado, comida casera, playstation, wii, ordenador portátil con conexión a internet, biblioteca surtida y conversación.
Si conoce a alguien interesado, contacte con nosotros mediante correo electrónico.

Encarnación González, Málaga.

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 Un cambio necesario

Yo era una morena gordita, con gafas y tetitas pequeñas, malhumorada y amargada.
Me impuse un cambio de imagen: perdí 15 kilos en un gimnasio, me teñí de rubio, compré lentillas y me operé los pechos.
Ahora soy una rubia delgada, con ojos azules y un buen par de tetas, malhumorada y amargada.

Eloísa Navas, Málaga.

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Matar el tiempo

Mi tío animaba los duelos de la familia con su repertorio de chistes.
Su entierro fue el más aburrido.

Alejandro Macías Téllez, Huelva.

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Suma

—Creo que tienes un problema —dice él.
—Mis amigas dicen lo mismo —le responde ella mientras mira al suelo.
—El problema son ellas.
—Entonces tengo dos.
Aquella tarde volvieron a ir de compras, como todos los martes.

Marta García del Valle, Murcia.

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El tiempo recobrado

Llaman a la puerta. Abro y me encuentro a un bebé fumando. «Buenos días», me dice, y entra cargando un maletín casi tan grande como él. Se sienta en el sofá y dice: «soy la infancia que nunca tuvo». «Qué tontería», respondo yo, «si tuve una infancia de lo más feliz. Allí en el campo, con mis tíos, las cabras, las vacas, la fiebre del heno». «Todo mentira», me interrumpe él, «usted no tuvo infancia, hubo un error y se la dimos a un niño de Singapur, que tuvo dos. Ha sido su psicoanalista quien le ha convencido de que todo aquello pasó, pero sólo ha sucedido en su imaginación. De hecho, ni siquiera tiene usted tíos. ¿Y qué es eso de los animalitos en el campo? Ni que se creyera usted Heidi». Yo disimulo las lágrimas, que no es varonil que a un hombre hecho y derecho le haga llorar un bebé. Aunque sea un hombre sin infancia. El bebé entonces saca unos papeles del maletín y me hace firmarlos asegurándome que es un contrato de cesión de niñez por el que todos los fines de semana recuperaré un par de horas de la infancia que nunca tuve. Después lo acompaño a la puerta, donde nos encontramos a un chaval con un maletín y un grave problema de acné. La adolescencia que nunca tuve, supongo.

Gabriel Noguera Martín, Torremolinos (Málaga).