—¡Eh, amigo!, ponme otra.
—No debería tomar más, señor.
—Y tú no deberías dar consejos que no te piden o no harás negocio, chaval.
—Discúlpeme, señor. ¿Qué le sirvo?
—Algo diferente. No sé…
—¿Metáforas?
—Demasiado añejo. ¿Tienes onomatopeyas de los cincuenta?
—Marvel Superhéroes; la mejor cosecha.
Perfecto, con hielo y limón. ¡Y no me mires así! Sé lo que estás pensando: que soy un pobre párrafo que no tiene donde caerse muerto, un diablo emborrachándose de acepciones baratas en un diccionario cutre de bolsillo.
—Yo no opino, señor.
—Ya, mejor; no necesito sentirme más culpable de lo que ya me siento.
—Vamos, hombre, deje de llorar; todo tiene solución en esta vida.
—No, lo mío no tiene solución posible; soy un párrafo acabado. ¿Sabes…? Yo he sido uno de los mejores párrafos románticos del mundo literario. Y ahora… Todo se fue por los márgenes. He trabajado a las órdenes de los mejores guionistas; he sido párrafo predilecto de telenovelas y comedias románticas. Y ¡cómo me aclamaba el público! Me adoraban.
Pero hoy en día el romanticismo está pasado de moda: nadie ve las telenovelas, Corín Tellado vende menos que nunca y el único trabajo que encontré fue en una sección de economía. ¡Yo de economista! Imagínate, no sé nada de números… ¡Y mucho menos ser pragmático y conciso!
Hoy mismo he dimitido. Han dicho que soy demasiado barroco para el puesto. ¿Barroco yo? ¡Qué tontería! Lo que pasa realmente es que no quieren que pienses por ti mismo; ése es el problema, quieren peleles a los que poder manejar a su antojo. ¡Oye! Otra de lo mismo… Así, ¿qué esperanza voy a tener ya de ser un párrafo feliz? En este mundo, se cobra por extensión y me han reducido tanto que mira en qué estado han quedado mis frases. Yo no quería ser un renglón cualquiera…
—No llore más, señor; ande, anímese; seguro que sale adelante.
—Ya me lo decía mi madre, sí, ella lo sabía; cuando era chico y apenas contaba con dos líneas, me decía:
«—Eres igual que tu padre, y eso te llevará por mal camino. Mira cómo acabó él. No era el mejor en su trabajo, pero al menos sobrevivía dignamente. Pero se estropeó; le dio por el amor, por la ternura y esas idioteces, y así terminó convirtiéndose en un escaso y miserable verso. Eso, hijo mío, es lo peor que puede pasarle a un párrafo honrado y de buena familia. Hazme caso, olvida los sueños de grandeza o acabarás en dos frases y sufriendo mucho.
»—Pero, mami —replicaba yo ingenuamente—, yo de mayor quiero ser como papá.
»—¡Pamplinas! Hay que adaptarse a los nuevos tiempos; déjate de caprichos y ve a tu página, que tengo conjugaciones que hacer.
»—¡Jooo! —protestaba—. Estoy cansado.
»—¡Vamos! Y ordena bien tus letras antes de la cena. Hoy tenemos frases célebres al ajillo. ¡Y aún no he puesto las comillas a cocer!… Espero que no se queden duras.
»—Y de postre ¿qué me has hecho, mami?
»—Pastel de sinónimos, así que date prisa.»
Las conversaciones con mamá siempre acababan en la cocina. Guisaba estupendamente, pero nunca acepté sus consejos; era diferente a mí.
Ella era párrafo periodístico en un diario deportivo. Un buen trabajo. Hasta que le dio el reuma y empezaron a torcérsele los palos de las bes, las des, las haches y así con todas las letras largas. Luego decía que por los huecos de las ces y de las eses le entraba frío, y que los puntos de las íes y de las jotas se le caían en otoño.
Así que fue doblándose, haciéndose chiquitita, hasta que sólo utilizaba la “o”; que, claro, no tenía por dónde doblarse ni entraba frío o se caía estacionalmente.
Al final, los porteros de fútbol paraban, o no, los “oooooo” y los árbitros eran unos “ooo oo o ooooo“. El día que murió, estaba plácidamente dormida en la cálida redondez de la “o”.
—Señor, perdone que le interrumpa en un punto tan interesante de su historia, pero vamos a cerrar.
—Venga, amigo, sírveme la última… Bien cargadita de exclamaciones. Y brinda conmigo, por favor.
—De acuerdo, por usted. Porque le vaya mejor de ahora en adelante.
—¡Uyyy! No creo. Al final acabaré como mi padre y como tantos amigos desaparecidos. Sí, muchacho, iré con ellos a ese lugar del que jamás se regresa.
—¿Qué sitio es ése?
—La papelera, amigo, la cochina papelera.