En la relación de un autor con su obra nos encontramos siempre un tercer elemento, que juega en más o en menos, según el caso. Se trata del lector. Y la acción de crear, de escribir en nuestro caso, puede desplazarse entre dos polos condicionados por este tercer elemento.
El autor puede aplicarse a crear haciendo concesiones a la presencia del posible lector, pero también podría crear, como se suele decir, “sin hacer concesiones”. Esta polaridad ideal siempre tendrá un punto de equilibrio, distinto para cada creador. Y seguro que solo los que reciben la calificación de clásicos han logrado la elegante proporción al respecto.
En el camino, muchos creadores, escritores más o menos logrados en el oficio, encuentran multitud de obstáculos que sortear hasta tener su cuota de mercado entre el público lector, y de él, aquellos que gusten de sus construcciones literarias.
Para aliviar, en modesta medida, esa ardua tarea, quiero recabar la atención de los creadores sobre uno de esos obstáculos, que está relacionado con este tercer elemento. No es un obstáculo exterior. Es un obstáculo en el propio creador. No es evidente pero siempre está presente. Por eso le es apropiada esa forma de percepción a la que llamamos “insight”.
Lo que vengo a sugerir es que a cada autor, en algún momento, se le planteará un conflicto que consiste en la pugna de dos tendencias presentes en él y que también implican al lector, en tanto tercero. O se defiende en su narcisismo idolatrándose en su creación o se expone en razón del valor de su obra a las voluntades de los mercados. Ambas posiciones coexisten pero una puede tomar la prevalencia. Si se queda en la primera posición, el lector y cuanto conforma el mercado será considerado un adversario, agresivo e insensible; si va a la segunda estará atravesado por la incertidumbre y expuesto al angustioso capricho de los públicos y del discurso consumista con que hoy se viste el capitalismo. En la primera vía el autor tendrá que degradar el posible valor de los lectores salvando, no se sabe cómo, los suyos. Pero eso no aporta nada a su obra: prevalecerá su tendencia narcisista.
La segunda vía, más exigente, obliga al veredicto del público y de la historia, y da una consistencia subjetiva superior pues se sostiene porque la obra se sostiene. Así, de manera paradójica, en la primera vía nada se obtiene de la obra, a lo más dinero y renombre. En la segunda vía el autor obtiene un verdadero lugar en el mundo.