Istria es una región situada en una península casi desprendida del continente en la costa noroeste de Croacia. Su superficie, con un tamaño tres veces inferior a Andalucía, está repartida en tres países: Italia, Eslovenia y, en su mayor parte, Croacia. La península, con forma de corazón para los más románticos o de verruga, según se mire, fue italiana antes de la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, en los despachos de Postdam, el mismo día en que los aliados se repartieron Berlín, también se decidió el futuro de este costero territorio. La balanza se inclinó entonces del lado soviético, y esa verruga o corazón se quedó en el bloque oriental formando parte de lo que luego se llamaría Yugoslavia. Sus habitantes, que siempre se habían sentido italianos, y por su acento, gastronomía y costumbres bien pudieran ser de la Toscana, de la noche a la mañana se convirtieron en ciudadanos del Este. De italianos pasaron a yugoslavos, y recientemente, tras una cruenta guerra civil, han pasado a ser croatas.
El escritor Ivo Andric (Dolac, Bosnia) también nació con una nacionalidad y murió con otra sin haberlas elegido. Pero, cuando le concedieron el premio Nobel de literatura en 1965, compartía fronteras con los Istrianos. Un puente sobre el Drina, magnífica obra de su autoría, es un fiel reflejo de los caprichos de los hombres a lo largo de los siglos por conquistar territorios y desplazar líneas de separación invisibles que tan solo modificaban los poderes de los fuertes, pero dejaban inalterable el paisaje. En ella, el auténtico protagonista de la novela es el puente de Visegrad, que une dos orillas enfrentadas (Bosnia y Serbia) y permanece impertérrito frente a los cambios de poder.
A veces toca estar de un lado o de otro sin quererlo, y nuestros destinos los proyectan políticos que juegan a trazar fronteras. Hoy, la mayor parte de la Istria croata es bilingüe, porque muchos de aquellos italianos se empeñaron en conservar su lengua materna. Como cuentan los alegres guías de Rovinj, cuando Croacia se independizó de la antigua Yugoslavia, la mayoría de los ancianos de Istria comenzó a hablar italiano de repente y sin dificultad, a pesar de no haberlo utilizado durante años. Fue como si estuviesen ungidos por un espíritu azzurro. Al igual que ellos, los pueblos, ajenos a fronteras, aún conservan una arquitectura italiana de mediados de siglo XX que, a pesar de sus coloridos edificios y del mar azul que los baña, recuerdan a las películas en blanco y negro de Antonioni.
El puente sobre el Drina, cuya historia dejó escrita Ivo Andric en 1945, aún existe a pesar de sufrir un bombardeo reciente y ser de nuevo testigo de la sangre sobre sus piedras en la guerra de Bosnia. Continúa uniendo dos orillas opuestas, ajeno al odio que contamina a sus habitantes desde antes de su construcción. Ha sido testigo del poder de los otomanos, austriacos, musulmanes, cristianos, serbios y, ahora, bosnios. Como culmina magistralmente el autor en uno de los capítulos: “Las generaciones se sucedían junto al puente. Pero el puente se sacudía, como si fuesen una mota de polvo, todas las huellas que habían dejado en él los caprichos o las necesidades de los hombres, y continuaba idéntico e inalterable.”