De Robert Zimmerman, un muchacho de Minnesota que escuchaba los discos de Woody Guthrie y a los negros de Duluth tocar con la armónica los blues de Robert Johnson, mientras escupían saliva y sangre con tabaco de mascar, debe quedar algo. Pero Zimmerman dejó paso a Bob Dylan, su alter ego, para que recorriera estos últimos cincuenta años de la música norteamericana cargado con su poesía caótica y rebelde, como los personajes perdedores de sus canciones.
En 1963, Bob Dylan, en su Blowin´ in the Wind, cabalgó a lomos del viento preguntándose cuándo acabarían la esclavitud del hombre y las guerras. Pocos años después se hizo el primer transplante de corazón a un ser humano y el hombre llegó a la luna.
Entretanto Dylan, desde los acordes mágicos de Mr.Tambourine Man, observaba el alma de su país: unos jóvenes con incierto futuro jugaban al amor sobre la hierba, y algún desheredado mordía, sentado en un banco del parque, el frío de la noche y la incomprensión; le pedían que la tocara de nuevo. Más tarde se convertiría en “Alias”, el lanza cuchillos de la película Pat Garret & Billy the Kid y llamaría a las puertas del cielo (Knockin’ on heaven´s door) mirando de frente a la muerte, o recorriendo Estados Unidos junto a “The Band”, para denunciar la injusticia cometida con Hurricane, el boxeador.

Hoy, a comienzos del siglo XXI, cuando ya se preparan factorías genéticas para reparar nuestros democráticos y octogenarios órganos, la solución que llevaba el viento parece seguir encaramada allí. No obstante, Dylan sigue buscando en el corazón de los hombres la respuesta que a todos nos ayude a no doblar la rodilla; ni en la cotidianidad ni en la cárcel ni en el infierno, sobre todo en el infierno.

Libro recomendado: Rolling Thunder: con Bob Dylan en la Carretera, de Sam Shepard.
Disco recomendado: Blonde on Blonde, de Bob Dylan.
Columbia Records, 1966