Janis Lyn Joplin nació en la ciudad industrial de Port Arthur (Texas) en 1943. Ya desde pequeña fue una niña tímida. Nunca quiso ser maestra como querían sus padres, ella quería ser artista. A los catorce años se tiñó el pelo de color naranja y adoptó una postura radical, que manifestó públicamente contra el racismo, la violencia y la intolerancia; esto generó un clima conflictivo con sus padres y en las relaciones sociales con otros jóvenes de su instituto y su barrio. A los diecisiete Janis se matriculó en arte en la universidad; por la noche cantaba en distintos bares de Austín (Texas). En 1963 la ciudad de San Francisco apreció su talento y pocos meses después era una artista reconocida. Cuando regresó a su ciudad natal, ya convertida en una estrella del rock, su madre, avergonzada por la forma de vivir de Janis, le dijo: “Ojalá no hubieras nacido”. Quizá por la incomprensión de sus padres y en esa atmósfera mediocre de ciudad pacata y provinciana, germinó el carácter rebelde que caracterizó su vida. Aunque ella nunca quiso ser la “reina de los Hippies”, como a la prensa le gustaba llamarla, para muchas mujeres de su generación se convirtió en un símbolo de la libertad y la contracultura de los sesenta.
La voz rasgada de Janis Joplin, a veces salvaje como un tornado y otras satinada como el tacto de una perla, exhala la negritud, aun teniendo la piel blanca, de aquellas artistas que, como Bessie Smith o Billie Holiday o ella misma, no entendían otra forma de cantar que no fuera con todo el cuerpo. En el escenario Janis lo daba todo, no importaba el deterioro físico producido por el abuso de las drogas, o el agotamiento de las constantes giras; delante del público desaparecían sus inseguridades afectivas, y el huracán de su blues irrumpía con toda su fuerza. Sus canciones hablan de hombres que la abandonan –una constante en su vida–, de hogares rotos donde hay una puerta, maternal y protectora, abierta al regreso. Janis seguramente siempre anheló un hogar, aunque ella misma era incapaz de sostenerse en la espiral de excesos y soledad en que se había convertido su vida. A su muerte (saturada de la heroína más pura) una madrugada de octubre de 1970, dejó como legado un puñado de hermosísimas canciones cargadas de pasión, y seiscientos dólares para que los pocos amigos que le quedaban organizaran una fiesta en su memoria. Desde entonces el Océano Pacifico acoge en sus aguas las cenizas de Perla (como a sus amigos les gustaba llamarla), aquella muchacha tejana que con dieciséis años escapaba a Louisiana para escuchar música negra.

Libro recomendado:
Canciones de Janis Joplin
Edit. Fundamentos

Disco recomendado:
CheapThrills (Columbia Records)