Dos matones buscan al Sueco en un bar de carretera de un pueblo estadounidense. Uno de los clientes del bar consigue escabullirse y corre al apartamento del Sueco a avisarle. “Estoy cansado de escapar”, le contesta éste.

En la más pura tradición del cine negro, los personajes de esta película luchan y sucumben como héroes griegos ante la máxima: “el pasado siempre te alcanza”. Con una fotografía en blanco y negro impecable —prodigioso juego de luces y sombras a cargo de Elwood Bredell—, Robert Siodmak dirige en 1946 esta película basada en un relato de Ernest Hemingway.

La acumulación de nombres prestigiosos en los títulos de créditos no debería ahuyentarnos. Además de los mencionados, podemos destacar a John Huston (coguionista), Burt Lancaster (el Sueco) y a Ava Gardner, rompiendo corazones como si estuviesen hechos de cristal fino, en el papel de una de aquellas mujeres fatales que tanto marcaron el género.

Tras desprendernos de los tópicos del cine negro, que cintas como esta ayudaron a cimentar, estaremos en condiciones de sorprendernos con muchas de las escenas. Como, por ejemplo, la que protagoniza Burt Lancaster cuando se incorpora en la cama de su apartamento y su rostro emerge desde las sombras (escena que debió inspirar a Coppola para rodar el encuentro del capitán Willard con el coronel Kurtz en Apocalypse Now).

La trama, magistralmente urdida como un encadenamiento de flashbacks a través de las entrevistas que el investigador privado de una agencia de seguros realiza, sostiene e impulsa una intriga cuya dilatación nos recuerda al Hitchcock más tendencioso. Dicha trama junto a la música de Miklos Rozsa, compuesta para potenciar la acción, redondean esta historia de un triángulo amoroso en torno a un atraco, que estuvo nominada a 4 óscars en 1947: director, montaje, banda sonora y guión adaptado.