En la vida creativa en general, y de modo destacado en la escritura, la capacidad de producir ocurrencias es de incalculable valor. Un escritor no puede prescindir de esta fuente de material en su producción literaria.
Aunque los apuntes de lo que se nos haya ocurrido no se consideren definitivos, todo escritor sabe que no hay que abandonarlos en el olvido y que debe, al modo de un recolector, tomar nota de ellos.
Las ocurrencias –ideas, sentimientos, escenas, acontecimientos…– registradas en un pequeño y ligero cuaderno de bolsillo, son materiales asombrosos a la hora de escribir. Después, hay que verterlas en el recipiente adecuado. Escribir es algo más que poner por escrito lo que se nos pudo ocurrir. Es dar un tratamiento literario al material aprovechable.
Si usted decide tomar en consideración sus ocurrencias, y anotarlas, quizá se sorprenda al comprobar que le suceden más cosas de las que creía, solo que ahora constata que no prestaba demasiada atención a las mismas. Seguramente también observará que desvió sistemáticamente su atención a otros asuntos considerados más relevantes o prioritarios; o que estuvo inmerso en una actualidad que no dejó hueco a esa producción “cenicienta” de su aparato psíquico. Y lo que suele ser frecuente: no consideró que aquel material fuera apto para su escritura, y pasó sobre él la “goma” del rechazo con que tratamos lo calificado de improcedente, por lo moralmente “inapropiado” o “inaceptable” de su contenido.
A estas alturas de la historia de nuestra cultura, sabemos que uno de los pilares técnicos de la cura psicoanalítica es precisamente el trabajo con las ocurrencias del paciente, al que se le pide que no acalle ninguna de ellas, independientemente del afecto que traiga aparejado, ya sea que le haga sentir un criminal, presunto prodigio, un ser desgraciado, excepcional, indigno, repugnante, absurdo, brillante o tonto… El valor saludable de enfrentar estos productos de nuestro psiquismo es indudable y me atrevo a decir que lo es aunque no sea el psicoanálisis el entorno en el que se ponga en juego. En este sentido, si a usted le seduce ser escritor, ser obrero de su verdad, no deberá privarse de esa posibilidad, ineludible y de auténtico privilegio, que supone el celebrar y desarrollar las ocurrencias apuntadas en su pequeño bloc de bolsillo; de ese material, aparentemente menor, surgirán líneas maestras para sus cuentos, ensayos o novelas