Blas era un amigo de la familia. Cada verano, cuando venía a visitarnos desde Madrid, hacinaba a todos los primos en la parte trasera de su camioneta y nos llevaba a la playa. Al bajar, cerca de la arena, alzaba la mano izquierda para apuntarnos con su dedo índice, que sólo llegaba hasta la primera falange. «¡Venga, macacos, al agua!» Yo permanecía fascinado y sobrecogido por aquel dedo enano, redondo y sin uña. «El ratón Pérez se lo comió porque fui muy malo de pequeño», me decía Blas. Yo no resistía echar una última ojeada al dedo mutilado; después huía hacia el agua. Jamás puse mis dientes de leche bajo la almohada.

¿Es suficiente la realidad para vivir?

En la película Big Fish, William Bloom regresa a casa para reencontrarse con su padre moribundo, un hombre apasionado que continúa insistiendo en forjar su particular autobiografía a base de repetir las prodigiosas aventuras, supuestamente también vividas por él, del Pez Grande; las ocurrencias de un gigante de tres metros que atemoriza a un pueblo entero; los avatares de unas siamesas con un solo par de piernas; las amenazas de la bruja con un ojo postizo donde puedes ver tu propia muerte…
William recrimina a su padre que perpetúe como ciertas estas leyendas fantásticas que, si bien le entusiasmaban de pequeño, apenas soporta oír de nuevo. Le acusa de pretender monopolizar las reuniones familiares con sus ficciones y restar el tiempo que los demás desearían compartir. Por último, William, frustrado, siente que no conoce realmente a su padre porque éste jamás parece aceptar la verdad. Con pesar, define a su padre como un egoísta despegado de la realidad y de su familia, obsesionado por fantasías inútiles.
Big Fish perdurará en la historia del cine, y en la memoria de quienes la disfruten, no sólo por el alarde imaginativo de su director, Tim Burton, por la asombrosa interpretación de Albert Finney o por su equilibrada combinación de drama, comicidad y otras emociones que abren de par en par el corazón del espectador, sino porque se hace eco de un conflicto tan íntimo como universal: ¿Es suficiente la realidad para vivir? La sugerente historia planteada por Burton en su película puede animarnos a enhebrar, entre muchas posibles, alguna pregunta más: ¿La realidad –lo evidente– contiene toda la verdad? ¿Pueden los sueños modificar la realidad y no, como dicen que siempre sucede, al revés?
Big Fish es una fábula deliciosa que nos propone construir nuestra propia historia, nuestras verdades personales, aderezándolas con los tamaños y colores que prefiramos –sin elevarnos excesivamente del suelo– pero contando con la precisión que sabemos tienen los sueños. Los sueños intensifican la existencia, dotándola de imágenes que, a veces, nos atrevemos a convertir en realidad. Por tanto, según la inteligente propuesta de Big Fish, ¿los sueños y los hechos no son, en los dos casos, hechos?

De las mejores películas de los últimos 20 años

El final de Big Fish es sorprendente, quizá uno de los mejores entre las películas de los últimos veinte años. Como todas las buenas historias no impone un mensaje unidireccional, no se agota en sí misma, activa múltiples deseos en el espectador. Y si éste requiere del cine películas originales, encontrará que Big Fish no se parece a ninguna otra.

Pasados varios veranos, uno de mis primos mayores me desveló la realidad (o los «hechos», como él los calificó): Blas se había cortado el dedo en el trabajo con una sierra de calar. Supuse que a partir de aquella desilusión no volvería a ser el mismo. Pero no fue así. Admití, por una parte, que el dedo amputado se habría perdido con la basura de la fábrica donde trabajaba pero, por otra, grabó en mí la certeza de que, para contar mi vida, en adelante no me serían suficientes la realidad o los hechos: los sueños y la imaginación me constituyen en igual medida. Y creo que Big Fish, a buen seguro mejor que yo, cuenta admirablemente de forma dramática, cómica y tierna lo que he querido decir.