Una vertiente de la escritura —del hecho de escribir— es el efecto de un desbordamiento subjetivo. Es notorio, y casi un tópico, que la adolescencia es una edad propicia a la escritura. ¿Hay acaso etapa importante más decididamente expuesta a los desbordamientos? Entiéndanse como excesos, como ansia vital, o que los consideremos rebeldía típica, esas edades, que pueden durar bastante, exponen a la juventud a los retos más duros y a las pruebas sobre las que se asentará el resto de sus días.
Tomados así, como ejemplo, nos dejan ver en sus excesos lo que en otras etapas posteriores se someterá a la mesura, aunque sea bajo el falso manto de lo que la hipocresía social impone como modelo de conducta, el corsé de las buenas costumbres que venden como “hábitos saludables”.
Me doy cuenta de que este breve escrito lleva ya la marca de cierto exceso. No creo que el hecho de la escritura pueda pensarse desde fuera de esa necesidad de poner sobre el papel, en el mundo, algo que nos desborda y que literalmente quiere salir o necesitamos exponer. Es más; desde el punto de vista que planteamos, la escritura es un ejercicio de encauzamiento, de apaciguamiento y, por decirlo todo, de salud psíquica.
Nuestro discurrir cotidiano conoce otros efectos de desbordamiento y el psicoanálisis se aplica sobre estos fenómenos que nos traen a la “superficie” la verdad inconsciente en la que encuentran su justificación. Si pensamos simplemente en la ocurrencia de un lapsus, que podemos tomarlo como fenómenos de desbordamiento, es decir, de algo que se expresa más allá de la barrera que impone nuestro discurso, lo que podemos constatar es que nos permite pensar que hay algo previamente escrito en nosotros mismos, que nos es desconocido y que quiere expresarse; que lo hace prescindiendo, de entrada, de todo efecto de sentido, aunque después se le pueda dar (si se analiza) y podamos saber lo que queremos más allá de lo que queríamos decir.
Animo a los que escriben a que se vean en estos efectos de la escritura, donde probablemente todos seamos “novelas andantes”. Sugiero esfuerzo para usar ese material, que es tan válido —o más— que muchos otros. Y animo a todos para aceptar que, quiérase o no, de una u otra forma, ningún ser humano es ajeno a la escritura.