Hubo una época en la que, como a tantos, me deslumbró el surrealismo; hoy conservo parte de aquella seducción por algunos de los considerados precursores, como El Bosco o Giuseppe Arcimboldo y, desde luego, por André Breton, Max Ernst, Giacometti, Man Ray, Marcel Duchamp, Henri Michaux y muchos otros. Los surrealistas elaboraron sus propuestas a partir de una lectura muy particular de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud, tratando de plasmar en distintas artes las complejas vicisitudes psíquicas de forma directa, espontánea (quizá silvestre, en términos psicoanalíticos), que, a mi entender, obvió un par de transiciones esenciales en el incons-ciente: la denominada condensación y el desplazamiento. Pero los intrincados asuntos de la mente suelen ser explicados en otro apartado ofrecido por este periódico.
En el acercamiento a la poesía y avatares personales del surrealista Michaux, conocí la existencia de la alemana Unica Zürn: me fascinó, en orden creciente, su belleza, su vida y su obra: leí Primavera sombría y El hombre jazmín en una corta edición que la editorial Seix Barral publicó en 1986; después las reeditó Siruela en los recientes 2005 y 2006.
Sin duda, ni la autora Unica Zürn ni su novela corta (extensa en emociones) Primavera sombría, son aconsejables para lectores pusilá-nimes o que únicamente requieran entretenimiento. Con acierto, Menchu Gutiérrez indica en su inteligente pró-logo: «Es literatura del frío: lo que cuenta tiene una naturaleza ardiente ?la iniciación erótica, la formación de una personalidad, la respuesta per-sonal ante el enigma de la vida? aunque parezca contarse con lengua de hielo».
La escritura de Unica Zürn estremece. Sin concesiones a sí misma, indaga desde las ventajas creativas de la locura o desde su desorden. Autobiográfica y premonitoria (detalla un suicidio que años después se reproduciría en la realidad), Unica Zürn escribe para saber, para conocerse al escribir y al leerse, y para ello comienza en Primavera sombría con un recorrido tortuoso por su infancia: la vacilante relación con su padre, que luego influiría en las que ella mantuvo con otros hombres; el violento episodio sexual con su hermano; la provisión de fantasías alternativas para defenderse de una realidad que sentía fatalmente hostil; la misteriosa soldadura que unía su goce al sufrimiento; la culpabilidad por ser feliz ?cuando lo era? y el abatimiento, creyéndose inútil, al perder amores que imaginó inmortales.
Primavera sombría no debe leerse desde una pose entre indolente e intensa, sino desde la convicción de que, si bien los sucesos de la prota-gonista podrían ser o parecernos ajenos, no así lo esencial de lo narrado, que resulta perdurable: un logro que consiguen algunos autores y que llamamos «universalidad» en literatura. Es una novela para recomendar a fronterizos, a quienes saben o intuyen que en las heridas anidan certezas esclavistas por derrotar, por destruir, pero también los anhelos que las cicatrizan y reconstruyen la vida.