Hombre y camello (Editorial Visor)

Tormenta

La última noche de nuestro arresto domiciliario
rugía el viento destrozándolo todo por las calles,
rompiendo las persianas, dispersando las tejas,
dejando tras sí un río de basura. Cuando el sol
se alzó sobre la cancela de mármol, vi que los guardias,
perezosos bajo el sol de la mañana, dejaban sus puestos
y caminaban trastabillando hacia las arboledas de las afueras.
«Cariño  —dije—, vayámonos, se han ido los guardias,
este lugar está destrozado». Pero era olvidadiza.
«Vete tú», dijo y se subió el embozo hasta cubrirse
los ojos. Corrí escaleras abajo y llamé
a mi caballo. «Al mar», susurré y nos fuimos
aprisa, qué rápido íbamos, mi caballo y yo,
cabalgando sobre los verdes campos, como si fuéramos a ser
libres.