Hoy, 3 de marzo, se cumplen veinte años de la muerte de Marguerite Duras. Su novela más reconocida, El amante, es una obra rompedora tanto en la forma como en el fondo. En la forma porque su manera de contar desmontó las normas de estilo establecidas y abrió nuevas posibilidades narrativas, con una capacidad directa sin concesiones que convierte muchos finales de párrafo y frases aisladas en ganchos a la mandíbula emocional del lector. Y en el fondo porque la protagonista es una criolla francesa de Saigón que a sus quince años decide ser la amante de un chino acaudalado, con la doble transgresión de edad y raza que suponía.

Además, El amante tiene muchos elementos autobiográficos y los personajes que en ella aparecen (tanto la autora, la madre, hermanos y compañeras de instituto como el amante chino) fueron reales. Si aún no la has leído, te envidio. Tienes un descubrimiento maravilloso esperándote.

Recomendado el 3/3/2016 en Onda Cero, en el programa de Mercedes Lara, Málaga en la Onda.

El amante

Marguerite Duras
140 páginas.
Premio Goncourt 1984.
El amante tiene una versión cinematográfica dirigida por Jean-Jacques Annaud en 1991 y protagonizada por Jane March, que con 17 años fue su primera película, y Tony Leung Kar Fai.

Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: «La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado».

Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquella en la que me reconozco, en la que me fascino.

Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.
Diré más, tengo quince años y medio.
El paso de un transbordador por el Mekong.
La imagen persiste durante toda la travesía del río.
Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cálida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación.

En esta maravillosa entrevista de Bernard Pivot, la escritora habla de su historia:

Y también recomiendo leer esta entrevista a la actriz Jeanne Moreau acerca de Marguerite Duras.