Julián Ayesta (Gijón, 1919- 1996) ambienta su única novela, Helena o el mar del verano, en una costa asturiana que, a través de los sentidos del niño protagonista, se nos muestra como un paraíso cargado de una lírica sabia, un tiempo de luz y alegría anterior a la oscuridad del invierno, estación en la que se producirá en el personaje el tránsito a la adolescencia y durante la que se alimentarán las sombras de pecado y culpabilidad de la moral cristiana de la época. Pero a todo invierno le sucede un nuevo verano y el protagonista volverá al mar, a encontrarse de nuevo con la luz, el aire, las olas templadas. Y con Helena.

A quien ande buscando un dramón o alguna forma de venganza nihilista, le recomiendo que elija otro libro, porque Helena o el mar del verano es vitalidad y comunión con los cinco sentidos, con las personas y con el amor.

Julián Ayesta - Helena o el mar del veranoAdemás de Helena o el mar del verano, Julián Ayesta escribió algunas obras teatrales y relatos. Él argumentaba que su labor de diplomático era incompatible con la escritura, porque una historia te abstrae durante muchas horas, incluso el día entero, y en su puesto no podía permitirse ese lujo. Ayesta estuvo destinado en Bogotá, Beirut, Ámsterdam, Viena y fue el único embajador que tuvo España en Yugoslavia (antes de él no había embajada y después se descompuso el país): Me hice diplomático porque en aquellos tiempos era la única forma de salir de España, pagado, claro está.

Recomendado el 31/3/2016 en Onda Cero, en el programa de Mercedes Lara, Málaga en la Onda.

En esta novela hay un divertido pasaje con una batalla de almohadas que José Luis Garci utilizó íntegramente en una de sus películas, aunque no se atribuyó a Julián Ayesta ni en los títulos ni en algún otro texto de reconocimiento del director.

Helena o el mar del verano

Julián Ayesta

Primera edición: 1952
80 páginas

 

Por la tarde la playa estaba llena de sol color naranja y había nubes blancas y olía a tortilla de patata.

Y había cangrejos que se escondían entre las peñas y los niños éramos los encargados de enterrar las botellas de sidra entre la arena húmeda para que no se calentasen.

Y todos decían «Qué tarde más preciosa» y los novios se sentaban apartados y cuando empezaba a oscurecer y todo estaba lila y morado estaban con las caras muy juntas sin hablar nada, como confesando.

Pero lo mejor era el baño por la tarde, cuando el sol bajaba y estaba grande y cada vez más encarnado, y el mar estaba primero verde y luego verde más oscuro, y luego azul, y luego añil, y luego casi negro. Y el agua estaba caliente, caliente, y había bandos de peces muy pequeñinos nadando entras las algas rojizas.

Y daba gusto bucear y pellizcar a las mujeres en las piernas para que gritasen. Y luego que papá y tío Arturo y el marido de tita Josefina nos subiesen sobre los hombros y nos dejaran tirarnos desde allí al agua.

Para saber más:

http://www.biblioasturias.com/julian-ayesta-o-el-mar-del-verano/