Tal vez te extrañe que esta semana te sugiera leer Moby Dick, la conocida obra de Herman Melville. En esta sección vengo recomendando libros con menos de un siglo desde su fecha de publicación, pero ante todo busco sugerir buenas lecturas. Y esta novela lo es. El peligro que corren los clásicos es que la verdadera historia, por parecernos conocida, nos la perdemos, porque una cosa es reconocer de qué va Moby Dick y otra muy distinta es adentrarse en sus páginas, que son arrebatadoras y se disfruta de cada una de sus líneas.

Cuando un libro forma parte de nuestro imaginario cultural tendemos a rechazar su lectura, pero es un error prescindir de ese placer. Y entre los clásicos te recomiendo a Moby Dick con vehemencia, no porque sea fiel registro de una época, no porque estemos ante una historia que conserva completamente su vigencia, sea un hito cultural o un referente indispensable de la literatura (que es todo eso), sino para que te concedas el inolvidable gustazo de elegir a Ismael, el protagonista de esta novela, como compañero con el que vivir esta fascinante aventura humana que es Moby Dick.

Moby Dick - Herman Melville

Recomendado el 5/5/2016 en Onda Cero, en el programa de Mercedes Lara, Málaga en la Onda.

Moby Dick

También fue llamada The whale (La ballena)
Herman Melville, 1851
760 páginas

 

Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años ―no importa cuántos, exactamente―, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un robusto principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible. Esos viajes son, para mí, el sucedáneo de la pistola y la bala. En un arrogante gesto filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, tranquilamente, tomo un barco. No hay nada de asombroso en esto. Pocos lo saben, pero casi todos los hombres, sea cual fuere su condición, alimentan en un momento dado esos sentimientos que me inspira el océano.