Director: Sidney Lumet
Guión: Reginald Rose
Actores: Henry Fonda, Lee J. Cobb, E.G.
Marshall y otros
(La verdadera justicia nos desvela a los hombres la carga de prejuicio que escondemos tras nuestras decisiones. Si no somos alumbrados por la razón, podemos convertirnos en hombres sin piedad.)
Doce hombres sin piedad es una intensa y magnífica obra capital de la historia del cine que critica el sistema judicial estadounidense y desprecia la pena de muerte. El director crea una atmósfera asfixiante, filmando gestos crispados e íntimas dudas.
Un chico de clase baja ha matado con una navaja a su padre, o eso es lo que dicen los “hechos”. Una docena de hombres conforman un jurado popular en Estados Unidos, a finales de los 50. Son doce personalidades diferentes que deben ponerse de acuerdo, en el día más caluroso del verano, para enviarlo a la silla eléctrica o, si cabe la mínima duda, dejarlo en libertad. ¿Inocente o culpable?
A medida que avanza la tarde, la sala se convierte en un desfile de orgullos y prejuicios. Cada uno de los miembros del jurado –el aire se vicia, las corbatas se desatan y el agua de la máquina se agota– deberá librarse de la carga de su educación, conciencia impuesta y otros hábitos para preguntarse si se está precipitando o no en su decisión.
Un viaje hacia la duda sana y reveladora como contrapunto a la comodidad que proporciona la “verdad colectiva”, asentada en la desidia.
La mayoría de los jurados “intuyen” que el preso no es inocente. Sólo el jurado número 8 duda, y, apoyándose en la objetividad y en argumentos acertados, se encargará de conducirlos del prejuicio al juicio.
Jurado nº1: “Si creen que ustedes pueden presidir mejor este jurado, les cederé mi silla gustosamente”, dice con buenos modales.
Jurado nº2: “Yo creo que…”, y su voz será sepultada por los gruñidos del número 3.
Jurado nº3: “Usted, jurado número 8, una especie de predicador con voz dulce, ha tocado el corazón de unas cuantas ‘damas’ aquí presentes… “. “¿Dudas? ¿Qué dudas? Eso son palabras, sólo palabras”, grita salpicando la mesa con el sudor de su frente antes de confesar: “le dije a mi hijo que haría de él un hombre o lo partiría en dos. Y lo hice. Hace dos años que no lo veo”.
Jurado nº4: “Yo nunca sudo”.
Jurado nº5: “He presenciado más peleas a navaja que apretones de manos. He conocido a muchos como el inculpado”.
Jurado nº6: “Yo no sé suponer, es mi jefe el que hace las suposiciones. Pero supongamos que usted nos hace perder la cabeza a todos y votamos que el chico es inocente cuando en realidad ha asesinado a su padre”, le espeta a solas al jurado número 8.
Jurado nº7: “Yo gasto bromas, bebo, doy palmadas en la espalda…”, sonríe mientras pone los pies en la mesa y cruza los brazos tras la cabeza. “¡Otro que se raja!”, grita cuando la duda asalta a algún miembro.
Jurado nº8: “En la vida nada es tan terminante ni absoluto. Los hombres pueden estar equivocados”. “No sé si es inocente. Yo sólo digo que nadie puede estar seguro de su culpabilidad”.
Jurado nº9: “¿Y qué sabe usted de eso?”, le preguntan. “Lo sé… por experiencia”, responde con mirada perdida el perspicaz viejo.
Jurado nº10: “No les debemos nada a esta clase de gente. ¿Cuánto cuesta un juicio? Con someterse a él ya ha tenido demasiada suerte… Con una buena paliza se ahorraría tiempo y dinero”.
Jurado nº11: “Tenemos una gran responsabilidad ante nosotros. No tenemos nada que ganar ni que perder. No hagamos de esto algo personal”.
Jurado nº12: “Yo siempre digo lo que se me ocurre en el momento”, sonríe mientras dibuja distraído. “Cambio de opinión porque esto no es una ciencia exacta. ¿Por qué no vamos a cenar?”