Todos los que sienten el deseo de escribir son testimonios vivos de una suerte de necesidad, simple en su manifestación pero compleja si consideramos su satisfacción. Una necesidad tan exclusivamente humana no podemos pensarla por fuera de la complejidad que nos caracteriza como especie. Como otros tantos aspectos de nuestra existencia, esta necesidad, este deseo, se ve mediatizado por el funcionamiento de nuestro propio aparato psíquico, que tiene un modo tan especial de facilitar o de perturbar nuestros logros. Y en este sentido queremos traer a nuestra consideración algo que nos puede suceder de un modo que, parafraseando, podemos llamar “cotidiano, demasiado cotidiano”.
Es así que, en no pocas ocasiones, el escritor puede presentarse en la situación de querer escribir y sin embargo no lograr ponerse a la tarea. Se aleja del escritorio, olvida algún elemento indispensable, introduce pequeñas tareas que lo distraen del tema, pasea, vuelve a alguna lectura o simplemente decide que no es el momento oportuno y abandona “apremiado” por otros trabajos más perentorios, excusándose con la idea de que encontrará un mejor momento.
Digamos para la escritura lo que dice para sí el psicoanálisis; que todo lo que viene a impedir el escribir, en esos momentos referidos, está al servicio de la resistencia. Pero, ¿por qué pensar en ese concepto psicoanalítico para elucidar una situación que, por el contrario, la razón nos argumenta de un modo tan tranquilizador? Posiblemente porque algo más allá de la razón quiere expresarse y no lo logra, queda excluido, como retenido en la frontera. Digamos que algo quiere expresarse pero queda preso de un conflicto. Queremos escribir, pero nos resistimos a hacerlo, algo en nosotros impide, con las “mejores razones”, que nos pongamos a la tarea. Razones morales que señalan lo censurable (esto es inconfesable, grosero, obsceno, criminal…); razones políticas que marcan la “conveniencia” en el prejuicio social (no me conviene…); también razones insospechadas, es decir, inconscientes, que no queremos reconocer (me interesa más la fama, el reconocimiento, que la creación artística…). Las razones resisten: la verdad quiere expresarse. El escritor representa al “héroe” llamado a llevar las verdades “inconfesables” al escenario social que las humaniza.