María: según mi hija, una lumbrera. La compañera que va a ayudar a Clara a sacarse el curso. Papá, lo tiene todo sobresaliente, me repite para que la deje quedarse por las tardes y alguna que otra noche a estudiar. Ni que lo jures, contesta inaudible mi maltratada testosterona.
Cuando la conocí, fue preocupación paternalista lo que experimenté: Esta chiquilla se va a pillar una pulmonía con esos tops minúsculos. En sucesivas visitas, distraje el rumbo de mis ojos enredándome en reflexiones sobre el estereotipo de las Lolitas. Mis voces interiores debatían, defendiendo unas la inocencia de la chica y su inconsciencia, y convencidas otras de que la niña se exponía como en un escaparate de carne fresca, bien instruida ya en el uso de sus armas de seducción. Y qué armas, exclamaba
la última de mis voces interiores, la favorita de mi psicoanalista.
La culpa es de mis colegas. Se presentan por sorpresa para la final de la champions y ya la hemos liado. Ni la menor consideración con mi tierna hija. Entre el vocerío y las palabrotas, tenía que suceder; Clara asoma por la puerta de su habitación, se queja de que no la dejamos estudiar y a su espalda aparece María, a la que resulta que le interesa el marcador del partido. No se me escapan las miradas libidinosas de los amigos. ¡Si podrían ser sus hijas! Pero las niñas se sientan en los brazos del sofá, gritan más que mis colegas y beben a morro unas cervezas, porque, claro, mis colegas son unos tíos peritas y un
día es un día y, hombre, no seas aguafiestas, que el Barça en la final es un acontecimiento… María se tensa en cada aproximación a la portería; que el balón sale por la banda, pega un brinco, lanza la cabeza sobre las rodillas ahogando una palabrota y vuelve a su posición pasándome la melena por los morros. Y en el gol de Messi me abraza dando botes con los que me planta la generosidad de su escote en las narices. ¡Y qué escote, Dios mío! Al día siguiente es la comidilla de la oficina. Un codazo cómplice por aquí, un guiño malicioso por allá y el bocazas de turno que se interesa por el abultamiento de mi bíceps derecho. Pero yo no soy un degenerado: no me fijo como ellos en el tanga que sobresale del vaquero, ni en la redondez prieta del culo, ni en el ombligo, ni en las manzanitas duras que tiene por pechos, ni en los labios carnosos. Gentuza. Si no de qué iba yo a pasar en vela cada noche que María duerme con Clarita. Implorando para que mi hija apruebe las recuperaciones. Temiendo que las apruebe.